César universal e integrador

Este domingo se cumplen 24 años de la muerte de César Manrique. De su fallecimiento me enteré por los periódicos. Y no es porque fuera un chico entretenido -que lo era- sino que en aquel septiembre de 1992 estábamos estudiando fuera. Digo estábamos porque algunos habíamos tenido la suerte de coger la ola del potente progreso insular y nos habíamos plantado para hacer la carrera universitaria en tierras algo lejanas. De eso, quizá, también algo de culpa tenía el innovador César.

Yo ya sabía que Manrique era “lo” más prestigioso de mi Isla, porque muchos de los compañeros peninsulares era de lo primero que me recordaban cuando apuntabas a tu origen: ¡Ah, de donde César Manrique!, decían… A veces pienso que ellos sólo conocían Tenerife, por eso de que los padres o tíos habían estado allí en viaje de novios; o quizá fuera porque el CD Tenerife de Valdano le quitó dos ligas al Real Madrid (91/92 y 92/93). No se…
A lo que vamos. Algunos lanzaroteños nos enteramos del auténtico valor del artista cuando vimos la repercusión mediática que su muerte ocasionó fuera de la Isla. Aún me recuerdo sujetando, entre sorprendido y expectante, aquellas páginas interiores del “Diario 16”, dedicadas a la figura del conejero más universal.

Al día después de su muerte, el sábado, escribía Carmelo Martín en el diario “El País”, “autor de importantes proyectos urbanísticos ubicados en zonas turísticas y rurales del archipiélago, Manrique revolucionó la oferta de ocio y practicó un estilo estético nuevo que cautivó a críticos y artistas del mundo”.

Su ingente obra recorre todo el Archipiélago; también en Gran Canaria.

Su ingente obra recorre todo el Archipiélago; también en Gran Canaria.

Era doloroso y emocionante a la vez. Dolía porque no podía estar con los míos. Pero a veces pienso que aquello fue bueno para conocer un poco mejor el empaque de personajes como él, que, a veces, por tenerlos cerca, quizá nos falta conocer algo más su trascendencia. No sólo César, también los Centros de Arte, Cultura y Turismo de Lanzarote son una bandera de los lanzaroteños cuando permanecen un tiempo fuera de las Islas, por cualquier motivo; porque esa es precisamente una de las señas de identidad de nuestra tierra volcánica, que deja huella en quienes nos conocen durante unos días o semanas.

 Por cierto, yo me subí al coche de César Manrique; ese flamante Jaguar; de color verde está en mi recuerdo; sí ese desde donde luego nos dijo Adiós por culpa de un fatal accidente. Yo no recuerdo encuentros culturales con Manrique en El Almacén, ni fiestas carnavaleras arrecifeñas, porque por entonces era un chinijo, y porque, como he dicho antes, soy de pueblo.

Yo me subí al coche de César Manrique para mostrarle el camino, entre aquella maraña de calles estrechas, hasta la casa de un amigo suyo que vivía en una casona del Majuelo, a las afueras de la Villa de Teguise.

Nosotros estábamos jugando a la pelota en medio de la Calle Timanfaya, y pasó por allí preguntando por ese señor, del que no recuerdo su nombre, y le dijimos que sí, que sabíamos donde era. Nos comentó que si alguno le podía indicar el sitio; y yo dije que sí, que no estaba lejos. Subí, giramos un par de calles, llegamos, me bajé, y me dio 100 pesetas… Nos hinchamos a pastillas de goma. Ya entonces supimos que César era el mejor.

(S.H.M.)

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